Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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inquebrantable. Grimaud
sabía que Athos no se había llevado más que la ropa puesta, y, sin embargo, le pareció que Athos no partía
por una hora, ni por un día.
--Comprendo el enigma --dijo Grimaud. --La muchacha ha hecho de las suyas. Lo que dicen de ella y
del rey es verdad. Mi joven amo ha sido engañado. ¡Ah! ¡Dios mío! El señor conde ha ido a ver al rey y le
ha dicho de una hasta ciento, y luego el rey ha enviado al señor de D'Artagnan para que arreglara el asun-
to... ¡el conde ha regresado sin espada!
Semejante descubrimiento hizo subir el sudor a la frente del honrado Grimaud; el cual, dejándose de más
conjetura, se puso el sombrero y se fue volando a casa de Raúl.

EN DONDE PORTHOS SE CONVENCE SIN HABER COMPRENDIDO

El digno Porthos, fiel a las leyes de la caballería antigua, se decidió a aguardar a Saint-Aignán hasta la
puesta del sol. Y como Saint-Aignán no debía comparecer y Raúl se había olvidado de avisar a su padrino,
y la centinela empezaba a ser más larga y penosa, Porthos se hizo servir por el guarda de una puerta algunas
botellas de buen vino y carne, para tener a lo menos la distracción de hacer saltar de tiempo en tiempo un
corcho y tirar un bocado. Y había llegado a las últimas migajas, cuando Raúl y Grimaud llegaron a escape.
Al ver venir por el camino real a aquellos dos jinetes, Porthos creyó que eran Saint-Aignán y su padrino.
Pero en vez de SaintAignán, sólo vio a Raúl, el cual se le acercó haciendo desesperados gestos y exclaman-
do:
--¡Ah! ¡mi querido amigo! perdonadme, ¡qué infeliz soy!
--¡Raúl! --dijo Porthos.
--¿Estáis enojado contra mí? --repuso el vizconde abrazando a Porthos.
--¿Yo? ¿por qué?
--Por haberos olvidado de ese modo. Pero ¡ay! tengo trastornado el juicio.
--¡Bah!
--¡Si supieseis, amigo mío!
--¿Lo habéis matado? --¿A quién?
--A Saint-Aignán.
--¡Ay! no me refiero a Saint-Aignán.
--¿Qué más ocurre?
--Que en la hora es probable que el señor conde de La Fere esté arrestado.
--¡Arrestado! ¿por qué? --exclamó Porthos haciendo un ademán capaz de derribar una pared.
--Por D'Artagnan.
--No puede ser --dijo el coloso.
--Sin embargo, es la pura verdad --replicó el vizconde.
Porthos se volvió hacia Grimaud como quien necesita una segunda afirmación, y vio que el fiel criado de
Athos le hacía una señal con la cabeza.
--¿Y adónde lo han llevado? --preguntó Porthos.
--Probablemente la Bastilla.
--¿Qué os lo hace creer?
--Por el camino hemos interrogado a algunos transeúntes que han visto pasar la carroza, a otros que la
han visto entrar en la Bastilla.
--¡Oh! ¡oh! --repuso Porthos adelantándose dos pasos.
--¿Qué decís? --preguntó Raúl.
--¿Yo? nada: pero no quiero que Athos se quede en la Bastilla.
--¿Sabéis que han arrestado al conde por orden del rey? --dijo el vizconde acercándose a su amigo.
Porthos miró a Bragelonne como diciéndole: “¿Y a mí qué?” Mudo lenguaje que le pareció tan elocuente
a Raúl, volvió a subirse a caballo, mientras el coloso hacía lo mismo con ayuda de Grimaud.
--Tracemos un plan --dijo el vizconde.
--Esto es --repuso Porthos, --tracemos un plan. --Y al ver que Raúl lanzaba un suspiro y se detenía re-
pentinamente, añadió: --¡Qué! ¿desmayáis?
--No, lo que me ataja es la impotencia. ¿Por ventura los tres podemos apoderarnos de la Bastilla?
--Sí D'Artagnan estuviese allí, no digo que no --repuso Porthos.
Raúl quedó mudo de admiración ante aquella confianza heroica de puro candorosa. ¿Conque en realidad
vivían aquellos nombres célebres que en número de tres o cuatro embestían contra un ejército o atacaban
una fortaleza?
--Acabáis de inspirarme una idea, señor de Vallón --dijo el vizconde, --es necesario de toda necesidad
que veamos al señor de D'Artagnan.
--Sin duda.
--Debe de haber conducido ya a mi padre a la Bastilla y, por consiguiente, estar de regreso en su casa.
--Primeramente informémonos en la Bastilla --dijo Grimaud, que hablaba poco, pero bien.
Los tres llegaron ante la fortaleza a tiempo que Grimaud pudo divisar cómo doblaba la gran puerta del
puente levadizo la carroza que conducía a D'Artagnan de regreso de palacio.
En vano Raúl espoleó su cabalgadura para alcanzar la carroza y ver quién iba dentro. Aquella ya se había


 

 
 

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